La música debería ser mágica en todas las etapas de tu vida, pero siempre hay algo un poquito más especial en las cosas que descubres en la adolescencia. Tenía 15 años y estaba empezando mi último verano como escolar cuando compré este disco (Alex, entonces dueño de una tienda de discos increible llamada el Hueko, y por ende de mis propinas, no pudo ser más enfático al momento de recomendarlo), y aunque para ese entonces ya conocía a los Pistols y los Ramones, fueron los Misfits quienes me convencieron sobre lo increiblemente paja que podía ser el punk, a punta de coros idóneos para cantarlos rodeado de borrachos y canciones cortas y bastante influenciadas por el rock n' roll de los cincuentas.
A partir de ese momento los Misfits fueron para mí uno de esos grupos a los que tarde o temprano siempre vuelves, particularmente en los momentos en los que necesitas un subidón de adrenalina urgente. Incontables fiestas de mi quinto de secundaria fueron potenciadas o destruidas por el poder del disco amarillo. Imagínense entonces mi decepción cuando, por esas tragedias de la vida, los Misfits cometieron el error de volver a juntarse sin el cantante original, quien encima compuso absolutamente toditititas sus canciones, para sacar una serie de discos que en ningún momento superan lo penoso.
Pero, al igual que lo que pasa con los Stones, Metallica o Stevie Wonder, la primera etapa de los Misfits no merece ser infravalorada por sus posteriores traspies. Ellos me enseñaron que la fuerza y la melodía no tienen que ser mutuamente excluyentes, y que por el contrario su debida combinación genera una mezcla difícil de superar cuando se trata de provocar reacciones eufóricas. Este recopilatorio de material grabado entre 1978 y 1985 es una prueba irrefutable de ello, y es uno de esos generadores de sentencias tipo "si no te gusta deberían quemar tu casa contigo adentro".
Que mierda me importa la sociedad, yo quiero que me canten de Vampira, monstruos y zombies del espacio exterior!
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